Hablar de otro ser
humano es toda una empresa, porque quien conoce realmente la intimidad del ser,
es Dios; sin embargo, Jesús el Señor en el evangelio de Mateo 7, 15-18 nos da
un criterio que nos facilita el camino: “Por sus frutos los conocerán”: "Cuídense
de esos mentirosos que pretenden hablar de parte de Dios. Vienen a ustedes
disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. 16 Ustedes
los pueden reconocer por sus acciones, pues no se cosechan uvas de los espinos
ni higos de los cardos. 17 Así, todo árbol bueno da fruto bueno,
pero el árbol malo da fruto malo. 18 El árbol bueno no puede dar
fruto malo, ni el árbol malo dar fruto bueno. 19 Todo árbol que no
da buen fruto, se corta y se echa al fuego. 20 De modo que ustedes
los reconocerán por sus acciones”.
Al escribir esto con
profundo respeto he decidido desnudar esta escritura de mis propias ideas,
incluso estéticas o poéticas y mucho menos piadosas, ya que esto podría
emborronar la espiritualidad del padre Edgar Larrea. Por ello pido al Espíritu Santo
me guíe y pueda ser simplemente un instrumento por el que la vida de este
hombre entregado totalmente a Dios lleve luz, vida, paz y alegría a muchos
corazones arrastrándoles a seguir a Jesús, por eso le entrego a Dios ahora
mismo mi ser entero y le abro mi corazón.
Padre Edgar, ante todo,
tuvo de entre muchas virtudes ejemplares, la sencillez y la amistad, amistad
con Dios, con los seres humanos y con la creación entera. Y fruto de esta sencillez, fue su
desasimiento, su despojo, su desprendimiento
interior, es decir, su pobreza, para que “Otro”, así, con mayúscula, apareciera
más y más en la medida en que él disminuía, pues para quien opta por el
desasimiento interior, para quien se deja amar por Dios y se entrega a Él, sabe
que sólo Dios es indispensable y entonces, la humildad se convierte en un
estilo de vida.
Padre Edgar Larrea, fue
un hombre profundo, en pocas palabras, fue un libro siempre abierto en donde
quien se acercó a él, encontró a Dios. Él se supo pobre, como inmensamente
rico, y porque nada tenía, lo tuvo todo y porque nada quería que no fuera
honrar, obedecer y alabar a Dios en todo, es que fue inmensamente poblado por
el Altísimo. Así como él se vació de sí mismo en correspondencia a la gracia,
así lo llenó Dios a Él de Dios mismo; fue poblado por Dios, inhabitado por
Dios.
Lo supo todo en la
sencillez de saberse nada. Efectivamente fue alguien que se amó como Dios le
amó y por eso pudo amar sin medida a los demás, porque nadie da lo que no tiene
y para poder comenzar a amar a los demás y a Dios necesitamos comenzar por
casa, necesitamos comenzar a amarnos profundamente, contemplarnos como obra
maravillosa del amor de Dios.
Padre Edgar siempre supo
que Dios es Dios. QUE DIOS ES. ¡Esa fue su sabiduría!
Hoy en nuestros días hemos
perdido la ingenuidad y en gran parte se lo debemos a que nos hemos dejado
arrastrar de los descubrimientos científicos y tecnológicos. Y con esto no
estoy hablando mal de la ciencia, pues en sí misma, es admirable y también
viene de Dios, sin embargo, tenemos que reconocer que este progreso no se ha
realizado sin una pérdida alarmantemente considerable de la simplicidad para
vivir la vida, sobre todo como Dios quiere que la vivamos.
Y el ser humano al
perder esta ‘ingenuidad’, ha perdido también el secreto de la felicidad. Todas
su ciencia y sus técnicas, le dejan vacío, inquieto, sólo. Sólo ante la muerte.
Sólo ante sus infidelidades y las de los otros en medio del gran rebaño humano.
Sólo en el encuentro con sus demonios: egoísmo, soberbia, orgullo, desaliento,
no fe, desesperanza, rencores, ansiedades, depresión, etc.
El hombre comprende que
absolutamente nada podrá darle una alegre y profunda confianza en la vida, a
menos que recurra a una fuente que sea al mismo tiempo una vuelta al espíritu
de infancia: el abandono en las manos de Dios.
Jesús el Señor en el
evangelio nos dice: ‘Si no se vuelven como niños, no entrarán en el reino de
los cielos’, y precisamente, en este camino que conduce al espíritu de
infancia, un hombre tan simple y tan pacificado como padre Edgar Larrea
Gallegos, tiene mucho qué decirnos.
Parece haber hecho carne
y comprendido que “Se nos olvidó vivir, por querer tenerlo todo”, pues él vivió
sin cansarse nunca ni quejarse nunca de nada, porque experimentó en todo
momento que la fuerza le venía “De lo Alto” y se supo el “Servidor de todos” a
ejemplo de Jesús que sonreía, que fue amable y que amó hasta el extremo de
morir por todos, clavado en una cruz.
Es la sabiduría del
padre Edgar Larrea, lo que estos escritos se proponen evocar: su alma, su
actitud profunda ante Dios y ante los hombres.
En realidad esto no es
una biografía, no es un relato histórico de la vida de este clérigo oblato
benedictino, sino que es un intento reverencial de penetrar en el alma de este
varón de Dios a partir de sus hechos. Y más que recurrir a la historia, recurro
al Espíritu Santo y al arte que viene de lo Alto y que nos ha dado para poder
ser –como diría Francisco de Asis- “un instrumento” por el cual muchos y muchas
sean bendecidos por la sabiduría del padre Edgar Larrea Gallegos.
Una
cualidad que le hizo engrandecer otras muchas, fue el despojo, el desapego, la
pobreza interior y hasta exterior. Otra virtud fue su silencio sobre todo interior y
algunas veces exterior, no muchas veces comprendido por quienes no se han dado
la oportunidad de vivir la radicalidad del evangelio y quienes todavía viven en
la superficie de un interior mundano y vacío.
Para vivir la vida interior que
desarrolló padre Edgar, se necesita desarrollar carácter precisamente en los
tiempos de crisis, en los tiempos en los que parece que “no pasa nada”. Para
padre Edgar, sumirse en contemplación hiciera lo que hiciera, suponía alabar a
Dios en medio de todo y esto habla ya de gran sabiduría. En las manos le vimos
siempre o el Rosario, o la Biblia, o la Liturgia de las Horas, o algún libro de
grandes espirituales.
Padre Edgar fue un ser humano que
desde su más corta edad, comenzó a tener esa intimidad con ese Dios que es
amor, perdón, ternura, dulzura, cariño y también con su Madrecita la Virgen
María y esta experiencia del amor de Dios y de María, lo hizo caminar por fe
durante toda su vida. Padre Edgar fue un hombre como Abraham que le entregó
todo a Dios, costara lo que costara. No estoy hablando de un ángel, si no de un
ser humano que tuvo defectos, caídas, pecados, pero que por sobre todo tuvo
humildad para levantarse y siempre ir más arriba sobre todo en la misericordia,
entendiendo a todo ser humano y dándole la misericordia que Dios toda su vida
le había dado a Él.
Padre Edgar se fue con los más
pobres tanto de bienes materiales como pobres espirituales aunque tuvieran
grandes bienes materiales. Fuimos testigas Flor y yo en varias ocasiones, en ir
a recoger personas que vivían en las periferias, en casa de cartón, para
llevarlas al doctor.
Recuerdo a padre Edgar cuando él
tenía 31 años de edad y yo tenía 26. Nunca lo vi con ropas finas. Siempre con
su típica camiseta….sus zapatos gastados…..y después de muchos años…para poder
ir a Sierra de Lobos a ver lugares para los campamentos de Merkabá….tuvo una
camioneta roja despintada…..con ella duró años. Nosotras vivíamos frente a
Catedral y ahí se estacionaba, así que nos dábamos cuenta….La camioneta, muchas
veces se les descomponía……Luego tuvo otro coche y finalmente una camioneta
blanca (medio usados los dos coches)….y en una ocasión que íbamos al
Monasterio, la camioneta blanca, nos dejó…es decir, que Edgar fue desprendido
EN TODO. Sabía la intrascendencia humana en cuanto a materia. Sabía de la
hermosura de Dios y por encima de todo, la prefirió.
Edgar trabajó principalmente con las
personas de la “periferia” como tanto predica nuestro amado Papa Actual. Padre
Edgar desde siempre “hizo ruido en las calles”…..salía de grillito en el
ministerio “Malaquías”….tanto ministerio que formó…..
Y es que nunca miró por sí mismo.
Enfermo, muy enfermo casi siempre…si no era del estómago, era de la gripe, los
bronquios, la arritmia, los ojos, la garganta, seguido le salía sangre de la
nariz, eternamente constipado, últimamente las piernas, las rodillas, y que ya
no sentía una gran parte de su cuerpo, mareado….y él, CON UNA SONRISA, SIN
QUEJARSE.
Sabía por experiencia que para
amarse a sí mismo y para amar a sus hermanos los hombres como Dios lo hacía con
él, tenía que estar yendo constantemente a su interior para desde Dios
encontrar su unidad en la paz verdadera del espíritu, allá, donde el ser humano
se ve obligado a reencontrar su verdad.
Podría decir que padre Edgar, era sobrio en su vida, sobrio en palabras,
sobrio en gestos, sobrio en actitudes y cada vez fue haciéndose más simple, más
libre, cuidando siempre de no replegarse en sí mismo, lo que lo hizo más
auténtico, más desasido.
Su apoyo era sólo Dios, y por eso al
repetir en su interior las palabras que aprendió de muy joven a través del
padre Ignacio Larrañaga a quien admiró, escuchó y leyó muchísimas veces, y a
ejemplo también de Francisco de Asís, recitaba en aquellas noches íntimas con
el Altísimo “Mi Dios y mi Todo” o también: “Mi Roca, mi Fortaleza, mi Dios”, le
convertían en un hombre constantemente confortado por la Gracia.
Contemplar al que Es, lo hacía consciente
de que su existencia era un tallo frágil como una flor del campo y que no debía
tener miedo a nada porque sabía –por la fe adulta- que estaba siempre en las
mejores manos, en las manos de Dios.
Padre Edgar sabía que la vida en
soledad y silencio allá en el corazón, en la mente, con las potencias puestas
en Dios sólo, era benéfica, porque le permitía vivir a Dios con todas las
consecuencias de una vida radical.
Pasó por noches oscuras,
circunstancias adversas hasta el final de su vida, que supo aprovechar y en
donde permitió a Dios acrisolarle y hacerle más hermoso en su ser incluso,
hasta la hora de morir.
Muchas veces su oración se prolongaba
hasta muy tarde, hasta muy noche o bien, comenzaba en su cuarto muy de
madrugada. Y si digo esto es porque muchas veces platicamos de ello, hablando
de la perseverancia en esa intimidad con Dios en momentos específicos.
Las veces que podía iba al
Monasterio de Nuestra Señora de la Soledad para estarse a solas con el Amor y
seguramente con María, pues Ella fue la inspiración de su diario vivir. Muchas,
infinidad de veces nos recomendó que nunca dejáramos el Rosario, que entre más
oscura fuera la noche, más nos acogiéramos a María.
Un libro que le gustó mucho fue: “En
las escuela de los grandes orantes”. Y hoy puedo decir que él mismo era un gran
maestro de oración a través de sus cantos, de sus prédicas, de su vida.
Fue fiel a Dios aún cuando todo
pareció perder su brillo, aún en medio del vacío oscuro, cuando hasta la misma
presencia divina, parece haber huido.
Durante su vida, la brújula para
saber a dónde ir, qué hacer, qué actitudes tomar y qué decisiones vivir, eran
esos momentos específicos con el Señor. Y estaba con Dios, como está la montaña
misma sin moverse, sin rechistar, en la noche ya entrada y cortada por
relámpagos, y él permaneciendo todo ocupado en recibir esa agua y ese fuego
divino dejándose purificar, dejándose acrisolar, dejándose transformar,
dejándose amar.
Gracias por tu “Sí” incondicional a
Dios, a María, a ti mismo, a la Iglesia, a los seres humanos, a la creación
entera.
SU AMOR POR MARIA
El padre Edgar Larrea
Gallegos, consagró su vida, su sacerdocio y su misión a la Santísima Virgen
María, Madre de la Iglesia, Matriarka de Merkabá.
La Madre del
Señor, tuvo siempre en su vida especial relevancia. Fue su Madre del
Cielo. Cuando hablaba de
ella, era como si el corazón le hirviese en devoción hacia la madre de toda
bondad.
Para padre Edgar,
las entrañas mismas de María eran las entrañas de misericordia de Dios Bueno,
desde donde sumergiéndose en la contemplación de este Misterio, concibió y dio
a luz, una intimidad con ella
ininterrumpida.
Muchas veces le
escuché hablar de María nuestra Madre, exaltando su pobreza refiriéndose a Ella
como la “Anawin” de Dios.
Le ofrecía alabanzas, oraciones, su amor
tiernísimo y purísimo por ella, sus cantos que nacieron de saberse siempre en
sus brazos. María Santísima fue –sin dudarlo-, su protectora y su abogada siempre,
permitiéndole a él, que nutriera su vida interior, siendo también como Ella, el
“Esclavo del Señor” es decir, el que ama ensimismándose en Cristo.
Nombraba a María
como “Virgen del Amor” “Llena del Espíritu de Dios””Aurora del amanecer”...
Después de confiar
en Dios, depositaba toda su confianza en ella; por eso la constituyó abogada
suya y nos ponía a todos bajo su protección y ayunaba en su honor con suma
devoción desde la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo hasta la fiesta de la
Asunción.
Por eso, cuando
veía a un pobre, ya fuera físicamente, ya fuera interiormente, veía un espejo
del Señor y de su madre pobre y muchas veces le vimos bajarse de la camioneta y
abrazarlos. Miró igualmente en los enfermos las enfermedades que tomó Cristo
sobre sí por nosotros y es que él mismo, (Padre Edgar), padeció casi desde
siempre en su cuerpo y también en su espíritu pasando por grandes noches
oscuras de las que finalmente, fue sacado a la visión interminable de Dios.
María siempre fue
su modelo de pobreza y desprendimiento. Muchas veces me dijo: “Acógete siempre
a Ella. Es tu madre del cielo. Nunca la niegues”.
La Virgen María fue
para Padre Edgar Larrea, fuente de indecible amor, inspiración en su
disponibilidad incondicional a la gracia, la Mujer orante, La Mujer “Hecha
silencio”, La Mujer a la Escucha, la que nunca “salió” de Dios.
Muchos y muchas se
expresaban diciendo que “al salir de la oración” y al “entrar a la oración” o
que “no podían entrar en oración”, a lo que él respondía: “No se trata de “entrar”
ni de “salir” de la oración. Se trata de respirar en Dios como María, se trata
de vivir en Él siempre como María”.
Padre Edgar, fue un
hombre de fe adulta. Su fe no estuvo nunca basada en el sentimiento. Sabía que la
fe es esa certeza de que Dios siempre es fiel. Su fe, fue una fe “descalza”
“vacía” de todo cuanto pudiera empañar la Presencia de Dios y de la Virgen en
él.
De ahí que les
vivía constantemente, ininterrumpidamente hasta el final. Jean Lafrance dice
que cuanto más la Virgen se hace presente a alguien, menos deja “sentir” su
presencia y la razón es que ella se “eclipsa” para dejar pasar al Sol Divino,
al Sol del Amor, a Jesús, al Padre Celestial, al Espíritu de Amor.
Y Padre Edgar fue
como Ella, un “eclipse”, un “vidrio transparente” por el que la vida de Dios se
transmitió sin cesar a todos cuantos le conocimos y convivimos con él y a todos
cuantos Dios puso en su camino, durante toda su vida.
Evitó a toda costa
ser interferencia, decreciendo más y más para que Dios siempre trasluciera.
Su unión con Dios,
con el Espíritu Santo fue una gracia inmensa, única y se hacía notar en esa
comunión con María, la Madre del Señor, haciéndose realidad lo que Griñón de Monfort dijo:
"Cuando el Espíritu Santo encuentra a María en un alma, acude a ella y
allí vuela".
Padre Edgar, de la mano de María,
enfrentó los miedos naturales de ser un ser humano, dejando que su corazón se
empapara de las aguas del despojo, de lo “pobre”, lo “frágil”, lo liberado.
Por eso sus luchas interiores se
convirtieron –como las luchas interiores de María Santísima- en canto. Sus
penas, en alegrías y victorias. Su limitación en alas para volar cada vez más
alto, porque cuando el hombre se enraiza en el ser de su ser es decir, en Dios,
su vida es una fiesta gloriosa en donde el corazón exulta: “Proclama mi alma la
grandeza del Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador, porque Dios ha
puesto sus ojos, en mi, su humilde esclava” (Lucas 1, 46)
Como María padre Edgar durante toda su
vida, conservó todas estas cosas en su corazón y las meditaba. Lc 2,19.51.